Se había despertado a las 9, sabía que era la oportunidad de cumplir de nuevo uno de sus sueños y no podía desperdiciar la mañana durmiendo. Se había duchado, había desayunado aquellas tostadas con mermelada que tantos recuerdos le originaban en la mente y había comenzado la tarea más difícil de aquella mañana: elegir la ropa que ponerse; una cosa estaba clara, la corbata sería aquella morada con con esas leves rayas grises que tenía la intuición de que tanto agradaba, y el calzado serían aquellos mocasines que tanto reservaba para las grandes ocasiones. Finalmente eligió el traje con un color tan negro como la noche pero con un dueño tan lleno de vida como un amanecer.
Y sin darse cuenta ya era la hora de comer, se sentía como un niño el primer día de colegio, tenía la sensación de que a pesar de sus ochenta y siete años tenía la juventud de un adolescente.
Tras comer puso música en el salón y de nuevo danzó por toda la sala, saltó por el sofá, agarró la fregona y cantó como si le fuera la vida en ello y siguió con aquello hasta que se sintió un poco agotado. Estaba feliz, pero tenía que reservar fuerzas para aquella noche y ya era hora de acabar con los preparativos.
Una vez engalanado caminó durante media hora hasta que llegó a la calle que estaba buscando; allí compro todo lo que necesitaba: un montón de velas, una bolsa llena de caramelos y un montón de comida para la cena.

El resto de la gente le habría tomado como un loco si no fuera porque era la noche de Todos los Santos, y las familias estaban más preocupadas de disfrazar a sus niños y llenarles las calabazas de plástico de caramelos que de observar a aquel anciano como llenaba su casa de luz..
Antes de sentarse a esperar a su visitante, colocó su disco preferido de vinilo en el gramófono.
Ya eran casi las once, intentó que no le venciera el sueño pero la vejez era tan natural como la caída de las hojas en otoño, y para cuando se quiso dar cuenta una voz le despertó:
Ya eran casi las once, intentó que no le venciera el sueño pero la vejez era tan natural como la caída de las hojas en otoño, y para cuando se quiso dar cuenta una voz le despertó:

Allí estaba, frente a él, el amor de su vida.
Pasaron una noche inolvidable, hablaron, bailaron, se miraron y se intentaron besar, aunque ambos tenían la terrible sensación de querer que nunca acabara la noche, querían huir del sol y del tiempo, y aunque la despedida sería agridulce sabían que la eternidad les uniría para siempre:
Era irónico pero cierto, a su lado ella recobraba los latidos y cuando llego la hora de la despedida, ella puso su mano en el pecho, y aunque resultaba imposible, él pudo oír un corazón.
Cuando ella marcho, él salió de casa y paseo durante una hora con un ramo de flores bajo el brazo, cuando llegó al cementerio, busco el nombre de su amada, puso el ramo de rosas encima de la lápida con su nombre y dejó una caja llena de sobres que sabía que ella leería. Si alguien se la hubiera tenido en sus manos habría podido leer una inscripción:
Has sido, eres y serás la pieza fundamental del puzzle de mi vida.
En la caja estaban las trescientos sesenta y cinco cartas que escribió para ella todos los días del año. Se limpió las lágrimas y se marchó a casa mientras el resto de niños corrían disfrazados sin saber que ha su lado un corazón lloraba la distancia de la muerte.
En la lejanía se podía ver la silueta de una anciana recogiendo una caja en medio del cementerio, y justo en ese momento un destello de luz apareció a su lado, ella camino despacio, se dio la vuelta buscando algo, y puso su mano en el corazón. Tras sus cuerpo muerto se podía ver un brillo lleno de vida y de amor, a continuación el destello de luz la absorbió como un fantasma.