El tejado de los suspiros

Enamorada… Enamorada aún diez años después de ver sus ojos por última vez, recuerda con ternura la primera vez que conoció al amor de su vida. Recuerda con amor el instante en el que aquellos ojos azules despistados en medio de una clase de gente desconocida se volvieron un enigma para aquella chica morena y flacucha, que nunca se imaginó amar tanto a alguien. 

Pronto comenzaron las tardes en el parque tumbados en el césped, pasando las horas queriendo que el tiempo se parara, las noches en el puerto mirando las estrellas en silencio, pero rozándose el alma con las manos. 

Aún diez años después de que él hubiera desaparecido de su vida recordaba el primer beso, y la primera vez que le hizo el amor, recordaba como las manos rozaban todo su cuerpo ansiando recorrer cada centímetro de la piel bajo su tacto, como si aquel instante fuera la primera y última vez que iban a disfrutarse. Recuerda la ternura cuando ella enseñó un cuerpo que nunca había visto el mundo, y el miedo de ambos a no ser correspondidos, pero recuerda con más amor, como desnudaron su alma aquella noche consiguiendo que ella lograra tocar el cielo desde un lugar tan mundano. 

Habían madurado el uno al lado del otro, habían conocido el mundo dados de la mano, pero la felicidad no es eterna y dura lo mismo que un suspiro. Así que cuando tomaron la decisión de dejar de ocultar al mundo su felicidad, la vida les puso un obstáculo tan grande que hizo que el mundo que habían conocido se pusiera patas arriba. Qué hacer cuando ante tus sentimientos se interponen los de unos padres que tienen muy claro tu destino.

Para ellos, él era un chico en silla de ruedas y nunca lograrían ver a ese chico lleno de carisma, personalidad y positividad que lo caracterizaba. Para unos padres tiranos como los suyos, lo único que podían ver, era un chico discapacitado que nunca le iba dar lo que ella se merecía en la vida. Qué sabrían ellos del amor si hace años que dejaron de sentir la pasión del roce de unos dedos que reclaman cariño.

Aún así los meses sucesivos cada vez fueron un tormento mayor. Los castigos sin motivo cada vez se volvieron más recurrentes, así como los gritos que rompían la armonía de la casa por la desobediencia de una hija que no podía dejar de ver a aquel joven que le iba a destruir los sueños, incluso aparecieron momentos de gran agresividad, en el que poco faltó para romper el espacio entre los cuerpos. 

Ante tal situación al final decidió dejarle marchar, perder lo que le hacía feliz en la vida, dejar de lado sus propios deseos. Y fue a partir de entonces cuando aquella chica comenzó a aislarse del mundo, y a odiar la convivencia con aquellos seres que le habían robado todo, es por ello que pasaba más tiempo en la soledad de su tejado que en el bullicio de su propia casa. 

Así pues dado que aquella noche no sería distinta de las demás, allí estaba, sentada en el tejado haciendo un repaso del día mientras miraba el manto de estrellas que cubrían su cabeza y que le secaban las lágrimas con ternura. Se encontraba en el momento más íntimo del día, el momento en que desahogaba sus penas y recargaba sus fuerzas para el día siguiente, el momento en el que echaba la vista atrás, y recordaba en secreto la promesa que diez años atrás se habían hecho. 
Cuantas veces suspiró al cielo esperando que el viento calentara sus fríos y solitarios labios... Cuantas veces soñó despierta con el día en que se volvieran a encontrar... 

Interrumpiendo sus pensamientos, de repente lo vio, vio aquella siluetaba que cruzaba la calle sobre aquel instrumento con cuatro ruedas. Y sin pensar en cómo él reaccionaría al verla, ni si él había cambiado, ni si ella seguía siendo su único amor, corrió hacia él. Corrió sintiendo que no había pasado el tiempo por ellos, como si toda la espera solo hubiera sido una mala pesadilla. 
Cuando se encontró delante de él, mirando el cielo reflejado en aquellos ojos, ella solo pudo decir una cosa: "Nunca he podido olvidarte". Y como si el tiempo se hubiera parado en una de esas tardes en las que no hacía falta nada más que su presencia para sentir la felicidad, él le deleitó con esa mirada en la que su mundo volvía a tener sentido.