Todo es culpa tuya

                                                                                                                          14 de Julio de 1972
Querido amigo:

Puede que ya no te acuerdes de mi, ni si quiera cuando acabes de leer esto, pero creía necesario mandarte esta carta.

Todo empezó aquel año de 1931, yo tenía cuatro años, pero para ser justos he de reconocer que mi frágil memoria ahora atormentada por toda una vida, tiene ciertos espacios en blanco que algún día quisiera rellenar con letras. Mi infancia era feliz, llena de amigos con lo que jugar en el parque, abuelos que te hacen tartas por la tarde para merendar y te llenan de besos los carrillos prometiéndote que eres la niña más guapa del pueblo y unos padres que se desvivían por una buena educación en un país que no era el suyo. Por lo cual, yo me crié sabiendo que sin ir al colegio y leer miles de libros en casa no sería nadie, que cada uno se tiene que labrar su futuro aunque el destino tenga preparado miles de infortunios que sean difíciles de solventar, y siendo francos, creo que esta frase no la llegué a entender hasta muchos años después. 

Pero aquel invierno de 1933, tras la Noche de los Critales Rotos empezamos a vivir juntos las aventura de la injusticia. 
Fue así como comencé el colegio, y como le conocí a usted, recuerdo con una gran emoción el primer día que llegó a clase, día por el cual todavía Alemania no se había sumergido en un profundo bucle de muertes y desolación sin justificación alguna. Tenía una esbelta figura y un bigote muy bien puesto, parecía tan serio al principio que todos los niños de  clase estábamos asustados, pero después empezaron las excursiones al monte, la búsqueda de mariposas, los juegos en el recreo y las historias secretas que no podíamos contar a ninguna persona, ni si quiera a nuestros padres y el ir al colegio se volvió para todos la mejor parte del día. 

Recuerdo como empezó todo para mí... aquella tarde nos llevo a pasear por las calles, quería que encontráramos rincones secretos por las calles, pero en vez de eso lo que nos encontramos en los comercios fueron miles de pintadas y carteles llenos de odio hacia mi raza... los judíos. Inmediatamente nos llevó lejos de allí, mientras yo no dejaba de mirar con ojos temerosos de atrás hacia adelante. Por aquel entonces yo no entendía nada de lo que estaba empezando a ocurrir, pero una parte de mi corazón tenía mucho miedo y justo en el momento que mis ojos se llenaron de lágrimas, usted se acercó y me prometió que nunca me dejaría sola, y fue a partir de entonces cuando le consideré mi héroe. 

He de reconocer que mis padres mantuvieron muy buena relación con usted, miles de noches las cenas abundaban para elogiar a aquel profesor de aquella escuela alemana y miles de veces mis padres preparaban tartas y pasteles que le regalaban sabedores de que algo malo iba a ocurrir. Ellos tenían la esperanza de que también fuera su héroe.

Y empezaron las noches sin sueño, el despido de mi padre, las lágrimas en casa cuando yo no estaba allí, los silencios en las comidas predecesores de que algo malo iba a ocurrir y la ida de mis abuelos a su tierra natal para rematar allí algunas cosas... nunca les volví a ver. Durante meses no dejaba de ver como la gente que quería desaparecía de mi vida, incluso usted...

¿Se acuerda?Un día en el colegio se empezaron a oír voces y gritos en el patio, y ahora mismo aunque no sé muy bien como entraron dentro aquellas personas, mi memoria se encuentra llena de imágenes en las que volvía a casa en silencio porque aquellos señores de uniforme me amenazaban y humillaban de camino a casa por mi raza. A pesar de todo en mi interior me sentía orgullosa  de ser como era, porque mi padre siempre me había convencido de que lo mejor de las personas era que estuvieran hasta el final de sus días siendo coherentes con lo que un día fueron y lo que seguirían siendo. Y fue así el último día que le vi, porque ya no volví al colegio.

A partir de entonces nos trasladaron a otros lugares, vivíamos con el miedo continúo y sin tener hogar y aunque mi madre dijera que el hogar no eran las paredes sino la gente que te rodea, mi familia ya no era lo mismo, se dejaron de oír las risas, las anécdotas y en miles de situaciones nos sentábamos en la mesa, mirando cabizbajos sin nada que decir, porque ya estaba todo dicho. 

Pero sin lugar a dudas la peor época de mi vida fue en aquel campo de concentración de Sachsenhausen. Cuando tras haberme llevado a la fuerza lejos de mis padres, de repente me encontré con un sitio donde la muerte esta anunciada a gritos, donde las personas tenían el semblante mas duro que ojo humano jamás haya podido ver, y donde el miedo hacía que miles de personas fueran como almas en pena sin ningún sentido en la vida, salvo he de tener esa pequeña esperanza de volver a ver a sus seres amados.

Durante el día no dejábamos de trabajar, porque para ellos eramos como animales sin sentimientos ni inteligencia que no se merecían vivir, fue por ello que algunos días observábamos como gente en fila entraba en grandes cámaras, pero nunca más les volvíamos a ver. A pesar de que fui creciendo en aquel lugar nunca nadie me quiso explicar a donde iba aquella gente, para mi propia felicidad me imaginaba como esas personas huían hacia la libertad.

Me dejaron salir en 1944 por ser menor de edad, pero la huella ya había marcado mucho mi mente, las muertes, el olor de aquel sitio, las noches en vela sin entender nada de lo que pasaba a mi alrededor... Y aunque ahora sigo viva, el dolor del recuerdo duele más que por aquel entonces, quizás porque ahora se el por qué de todo.

A pesar de todo lo que me rodeaba, yo le eché la culpa a usted por habernos abandonado, por haberme prometido algo que nunca volvió a cumplir, por haberme dejado ir a aquel campo de concentración donde me sentía sola muchos días. Y así fue hasta que años después cuando regresé a mi pueblo natal, una amiga de mis padres me explicó que usted nos había ayudado escondiéndonos de los malos de aquel juego y que hizo lo imposible por sacarme de aquel campo... y fue en ese momento, cuando mi corazón magullado por una infancia madura recibió otro de los golpes más duros por haber desconfiado de usted.


Es por eso que le envió esta carta, porque a pesar de que ahora mismo soy la única sobreviviente de mi familia a una época de dolor, todo es culpa tuya... el saber que hoy todavía, puedo respirar.

                         
               
Gracias