Querido abuelo:
Te escribo sin el convencimiento de que algún día llegues a leer estas líneas, sin embargo la pequeña esperanza de que tus ojos marrones vuelvan a recuperar la alegría que se perdió en aquel último abrazo, me hace tan fuerte como el protagonista de los cuentos que me leías antes de dormir.
Aún me acuerdo de aquel 15 de diciembre cuando papá y mamá me explicaron su decisión de huir de la hecatombe, la sangre y el miedo, pero créeme abuelo, el miedo tiene formas tan diferentes que nunca hemos logrado escapar de él.
A partir de nuestra despedida, navegamos y caminamos muchos días junto con otra gente en nuestra situación. Pasamos frío, estábamos mucho tiempo mojados bajo la tempestad, y no teníamos ropa limpia o recursos suficientes para sobrevivir, pero aun así lo hicimos. Y cuando las peores situaciones mejoraban, llegaban las desgarradoras noticias de nuestros compatriotas, y entonces la muerte y la desolación invadía el ambiente, y durante muchos minutos el silencio se expandía tanto que a veces lo único que quedaba era el contacto humano. ¡Te lo juro!, el sólo sentir las manos heladas de mis padres, o su media sonrisa cuando todo iba mal, me hacia recordar que estaba vivo, que les tenía, y que eso era suficiente para sentirme afortunado.
Tras muchos días de adversidades por fin llegamos al campo de refugiados. Cuando papá me explico donde estábamos, una alegría invadió mi cuerpo, eran como miles de hormiguitas haciéndome cosquillas en la barriga. Y durante ese día la gente lloraba menos y hablaba más. Pero al día siguiente volvieron las malas noticias, parece ser que aquí no nos quieren abuelo, los países de nuestro alrededor no nos dejan pasar a sus tierras porque somos demasiados. Para la gente que nos vigila, para los medios de comunicación y casi hasta para mi, ya no soy un niño, ni tu súper-héroe, ni siquiera tengo nombre, ahora solo soy un refugiado, una persona sin destino que ha huido de su origen para alcanzar un futuro en tierra de nadie. Ellos no lo entienden, no venimos a robarles sus oportunidades, ni a quitarles su dinero, nuestro anhelo es sobrevivir, tú lo sabes bien. ¿Recuerdas lo que me dijiste? El ser humano tiene cosas maravillosas pero el egoísmo no deja que podamos verlas. Pues yo solo espero que como en los cuentos de reyes malos y caballeros valientes, todo esto tenga su final feliz.
Todos los días recuerdo tus palabras cuando te dije que no era lo suficientemente valiente para embarcarme en este desafío... ¡Paparruchas! Lo único capaz de impedir que superes tus miedos eres tu mismo. Desde entonces y hasta ahora he querido ser el héroe de tu vida, para que te sientas orgulloso de mi, pero la tristeza de no poder volver a verte no abandona mi corazón.
Dice mamá que tú estas bien, que no has podido venir todavía porque tienes que cuidar de la casa, para el día que volvamos. Sin embargo, yo no me lo termino de creer, porque muchas noches me hago el dormido y les oigo hablar del futuro y parece que en él no hay cabida para nuestra pequeña y destruida ciudad. Es entonces, cuando lloro en silencio, por lo que un día fuimos, por lo que podríamos haber sido y por lo que nunca seremos. Me quejaba de tantas bobadas cuando te tenía a mi lado, que ahora que lo recuerdo me da pena el tiempo malgastado en gigantes inventados.
A día de hoy, ya no recuerdo los sueños que quedaban por cumplir, ni las promesas que nos habíamos prometido, solo me queda la esperanza y la espera de que algún día todo esto acabe y pueda volver a tener un rincón donde vivir, un futuro y un abrazo... parece mentira, pero si algún día lograra volver a estar bajo tu abrazo protector, sin miedos, todo esto tendrá sentido.