Pequeño milagro...

Con tan solo doce años ya lo había conocido todo, la vida no esta hecha para los que no han nacido para soportar el dolor... crecemos, aprendemos, sonreímos y lloramos, pero él con sus ojos grises como la niebla en una mañana de invierno, no había conocido lo que era ser feliz.

Aquel verano de 1999 cuando nació, el mundo ya había evolucionado, el divorcio estaba a la orden del día, los políticos ya habían dejado de lado los intereses del pueblo y la televisión ya había comenzado un declive hacia lo que más adelante sería un circo televisivo.
Le llamaron Marcos, buscaron con gran entusiasmo el nombre, lo quisieron todo para él, pero se les olvido lo más importante, no era un juguete.

Hacia el 2001, las broncas entre sus padres eran constantes y tras unas cuentas peleas y otros cuantos moratones, los recuerdos de los sucesos se grabaron en la retina de Marcos, victima inocente de una sociedad despreocupada, quien tuvo que vivir con la culpa de una separación, mejor dicho, de la desaparición de su padre, y aun ahora, cuando hasta los más buscados asesinos son encontrados, el corazón de Marcos siente que una parte de él vaga lejos, por ahí donde los sueños son borrones de tinta en manos de los desilusionados, por ahí donde las pastillas son el remedio de los desesperados, por ahí donde la soledad es un fantasma que nunca te abandona.

Su madre llevada por la angustia de no saber llevar a cabo la tarea de la vida, comenzó a dejarse llevar por esas sustancias que hacen que todo se lo llevo el olvido, por lo menos por unas horas.
Y así fue como por el 2005, cuando Marcos apenas contaba con 4 años, era un niño de las calles, de esos que tienen en la mirada un vacío de ilusiones, de esos que te llevan a una profunda angustia con tan solo una mirada, pero la sociedad vive el dolor ajeno de tal manera que cuando vuelve a amanecer todo lo ajeno paso al segundo plano de las cosas que no hace falta recordar.

Pasaron los años más duros, era pequeño pero lo sabía todo, todos los días iba a comer a un pequeño albergue, después iba al mercado y la gente le daba premios de consolación, lo sabía, tenia el poder de dar una profunda tristeza a todos aquellos que le observaban. Por las noches dormía en un edificio abandonado con 4 cartones y un pequeño trapo que hacía de manta, y antes de dormir se arrodillaba en su pequeña esquina, como un santuario, con su postal de la iglesia y la foto de sus padres y rezaba al cielo para que todo cambiase.
Noche tras noche, se culpaba de la desaparición de su padre y la muerte de su madre. si el no hubiera dado un nuevo brillo a la tierra, todo seguiría como estaba. Quizás las cosas nunca debieron cambiar, quizás el destino se equivoco de persona, quizás solo quizás, era lo que le tocaba, hay personas que nacen para sufrir.

Solo dos veces en su vida había robado, era increíble como sin haber tenido una educación, la moral brillaba en su mente, indicándole con juicios de valor lo que estaba bien o mal.
Solo una vez había vendido droga, pero el día que lo hizo, los recuerdos se agolparon en su mente y ese día encogido, temblando en su manta, sintió de nuevo la soledad.

Se llamaba Marcos, pero todos le conocían como "pequeño milagro", todos se lamentaban pero nadie recogía sus lagrimas, todos hablaban de él pero nadie le escuchaba, todos le ayudaban pero nadie le ofrecía un hogar.
Se llamaba Marcos y sobre sus manos se veían las marcas de un pasado glorioso, y en sus ojos se reflejaba la fuerza de un futuro legendario, solo necesitaba que le dejasen brillar, tenia mucho que dar pero necesitaba ser escuchado, tenia una vida por delante pero necesitaba desarrollar esas dos alas que Dios le había dado.


Tenía doce años y lo había conocido todo, las drogas, la fuerza, la soledad y el dolor, ahora solo tenía que esperar a que el mundo le conociera a él.

3 comentarios:

Eric dijo...

Escribes genial Atenea. Un gran relato, muy profundo.
Saludos.

Carmen Galleguillos dijo...

Hermosamente triste, es la realidad que has plasmado con tu alma.

Carmen Galleguillos dijo...

…y lo gravas con la tinta indeleble del alma.

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